La primera conclusión que se extrae del debate de investidura de Pedro Sánchez es que es muy probable que España sea hoy el país más cobarde del mundo. Al menos ningún otro país se ha dejado humillar tanto en democracia por una cuadrilla de gente corrupta y sin valores que desprecia su Constitución y sus leyes.
Nadie se mueve en España ante la agresión de Sanchez y su pandilla, ni sus instituciones defensivas se han activado, lo que permite que los canallas conquisten el poder. Todo está en calma y parece castrado, desde el monarca al Ejército, incluso los partidos políticos y la apática ciudadanía, que se deja dominar por una auténtica manada de corruptos y antidemócratas que amenazan de muerte las libertades, los derechos, la economía y los valores.
Pedro Sánchez, el loco de la Moncloa, parece un castigo del cielo, pero sólo es un producto de la corrupción y de la degradación de un sistema que ha sido dominado, desde la muerte de general Franco, por partidos indignos y corrompidos, habituados a anteponer sus propios intereses al bien común. Sánchez es también un castigo a la cobardía del pueblo español, del que el mundo entero se ríe por su increíble aguante y pasividad ante las cuadrillas que lo gobiernan.
Antes eran los italianos, pero ahora somos los españoles los protagonistas de las burlas y de los chistes de cobardes en todo el mundo. Ante los abusos y humillaciones que el pueblo español está soportando de sus políticos, sin rebelarse, muchos afirman que el español es un tipo «con los huevos de adorno». Y tienen toda la razón porque es difícil encontrar en la historia moderna un pueblo tan manso y acobardado que sea capaz de soportar tanta ignominia y humillación de sus políticos. Si los españoles de las actuales generaciones no conseguimos forzar a nuestros políticos, auténticos piojos humanos, a que adelgacen el Estado, extirpen la corrupción, recuperen lo que sus colegas y amigos han robado y eliminen la legión de ineptos y parásitos que tienen ocupado el Estado, haciéndolo incosteable, inviable, torpe, corrupto e indecente, pasaremos a la Historia como una triste y despreciable manada de cobardes.
Mientras que los ciudadanos sigan votando a sus verdugos, la nación española será inviable. La regeneración pasa, inevitablemente, por una rebelión ciudadana contra esa clase política que les impide despegar y construir una nación próspera, justa y decente.
Los españoles, agobiados por el presente y asustados ante el futuro, miran ahora hacia el pasado para encontrar satisfacción y nutrirse de orgullo, un pasado que fue brillante y heroico, en nada parecido al presente de cobardes.
No es fácil entender cómo el pueblo español, que fue de ejemplar bravura y heroico en el pasado, ha podido caer tan bajo, soportando el dominio de miserables, financiando un Estado gigante y lleno de políticos innecesarios, pagando los impuestos mas injustos y desproporcionados de toda Europa, tolerando la rebelión mafiosa de los catalanes y permitiendo que los políticos, protagonistas de infinidad de abusos, mentiras, sigan sin castigo y gobernando la nación.
Ante ese festival de cobardía sometida, el mundo primero se ha sorprendido y después ha empezado a reírse y a burlarse de los cobardes españoles que se dejan arrebatar sus derechos y se esconden en lugar de impedir que sus recursos terminen en los bolsillos de sinvergüenzas, sin que los desmanes del poder y la injusticia provoquen la lógica e incontenible ira ciudadana que obligue a recular a sus verdugos.
Durante los tres años que viví en Roma como corresponsal de prensa, pude comprobar como los italianos admiraban el «coraje» español. Conocí a un padre italiano que había ingresado a sus hijos en el Liceo Cervantes de Roma «para que aprendieran a ser valientes». Estoy seguro de que no queda hoy un sólo padre en el mundo que sea capaz de dar a sus hijos una educación «a la española», ante el miedo de que se conviertan en despreciables ovejas sometidas al poder inicuo.
¿Qué nos ha ocurrido a los españoles? ¿Cómo hemos caído tan bajo? ¿Por qué guardamos silencio ante las agresiones de la clase política más inepta de Europa? ¿Por qué no hacemos valer nuestra condición de soberanos de la democracia y ponemos firmes a esa pandilla de políticos que nadan en el error, la torpeza, el abuso, la corrupción y la insolencia? ¿Por qué hemos consentido que una banda vulgar de malos políticos llegue al gobierno, rodeada de enemigos de España, de comunistas y nacionalistas llenos de odio? ¿Que nos ha hecho tan cobardes y sumisos? ¿Dónde está la rebeldía y la dignidad de este pueblo que llegó a ser admirado y temido en el pasado?
Hemos soportado como esclavos sin dignidad que gobiernos mediocres arruinen en pocos años nuestra economía, que era la envidia de todo Occidente. Hemos permitido que la pandilla de inútiles que nos gobiernan se endeuden hasta hipotecar nuestro futuro y el de nuestros hijos. Lo toleramos todo y parecemos un pueblo de borregos acobardados. Bajamos los ojos como ganado humillado cuando les vemos circular en sus rutilantes autos oficiales. Nos están llevando a la ruina y al fracaso, pero les admiramos en silencio y cada día permitimos que nos deslumbren en los telediarios. Sabemos que muchos de ellos deberían estar en la cárcel, pero les agasajamos cuando acuden a los actos públicos y permitimos que se sienten en las tribunas, que destaquen como héroes, cuando sólo merecen nuestro desprecio y ser arrojados del poder por su torpeza, por su mediocridad, por sus inmensas corrupciones, por los estragos que causan al pueblo y a la nación.
Hemos permitido que los políticos incumplan a diario los códigos de la decencia, que maltraten la misma Constitución y que asesinen la democracia, sustituyéndola por una ilícita oligocracia de partidos. Hemos guardado un silencio despreciable ante las «listas negras» de empresas y personas represaliadas por los políticos, a los que jamás se les daban subvenciones o ayudas. Hemos convivido a diario con la indecencia que representa intercambiar concesiones públicas por comisiones ilegales. Hemos soportado sin rechistar que nos subyuguen, que sometan a la sociedad civil, que la desarticulen y que la ocupen, que todo esté lleno de políticos y sindicalistas ineptos. Hemos vuelto la mirada cuando los políticos han alimentado el monstruo nacionalista catalán y vasco con concesiones y ventajas que rompen la unidad y hasta hemos soportado que a los que amaban a España en esas regiones se les margine, acose y persiga.
Han ocupado las universidades y han comprado la cultura con el dinero de todos. Hemos doblado la rodilla como bellacos cuando los políticos, con el dinero público, han silenciado a los medios de comunicación y les han hecho cómplices de la mentira, de la manipulación y del engaño. Hemos callado ante atrocidades e injusticias que ningún pueblo noble debería haber soportado jamás: concursos públicos amañados y otorgados a dedo, a empresas de amigos, recaudadores de los partidos políticos practicando la extorsión silenciosa entre las empresas, millones de euros entregados a los sindicatos y a la patronal para comprar silencio y apoyos ilícitos, delincuentes disfrazados de alcaldes y concejales cobrando comisiones a cambio de legalizar el urbanismo salvaje, agresiones al principio de igualdad de oportunidades, que los puestos de trabajo públicos sean para los familiares y amigos de la «casta» política, que repartan el dinero público como tahúres, que conviertan a las administraciones públicas en gigantescos aparcamientos de lujo, donde cientos de miles de inútiles y aprovechados ordeñan al Estado cada día, sin aportar nada a cambio.
Pero a quien más hemos consentido es al presidente del gobierno, un tipo sin prestigio, que ha perdido hasta el respeto de sus colegas internacionales, que lo soporta todo con tal de seguir en el poder, al que hemos dejado practicar todo lo que degrada y hace ignominiosa la política, desde la mentira reiterada hasta el engaño a los ciudadanos, desde la compra de votos con dinero público hasta sellar pactos con partidos antiespañoles, sin otra justificación que mantenerse en el poder. Hemos permitido, sin alzarnos contra él que abra las puertas del gobierno a comunistas totalitarios y a desleales que odian a España, que despilfarre nuestro dinero, que hipoteque nuestro futuro, que convierta la política española en un estercolero y que se niegue como un niño mimado, caprichoso e insolente, a adelgazar el Estado, a suprimir ministerios innecesarios, a licenciar a los miles de asesores inútiles y a los cientos de miles de parásitos superfluos que viven del erario público sólo porque son amigos del partido, familiares de políticos o gente a la que hay que comprar la voluntad.
Si personajes del pasado, de cuando España era un pueblo pujante y decente, como Miguel de Cervantes, Gonzalo Fernández de Córdoba, Blas de Lezo o Ignacio de Loyola, levantaran la cabeza de sus tumbas y miraran nuestro humillante presente, nos escupirían con razón, cargados de desprecio, y no identificarían en los españoles de hoy a los hijos de la vieja patria, descendientes de aquella austeridad y valor que hicieron retroceder al mundo ante nuestro avance. El espectáculo que los españoles de hoy ofrecemos ante el mundo, soportando la bota de una de las más incapaces y dañinas «castas» políticas del mundo, con un loco al frente de la Moncloa, es bochornoso, digno de desprecio y cargado de oprobio.
¿Se puede ser más cobarde. más ruin y más esclavo que un español del año 2020? Imposible.
«Artículo de nuestro amigo y compañero F. Rubiales»